La nieve caía suavemente sobre el pueblo de Ishigami. El frío era implacable, pero eso no impedía que dos figuras se reunieran en secreto bajo la tenue luz de la luna. Gen Asagiri se acercó sigilosamente a la cabaña de la sacerdotisa, asegurándose de que nadie lo siguiera. Su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción del riesgo, sino porque sabía que ella lo esperaba.
Ruri, vestida con un kimono grueso, lo recibió con una sonrisa que lo desarmó por completo. Desde que habían comenzado a verse en secreto, su amor prohibido había crecido, consumiéndolos con cada encuentro furtivo.
—Llegaste —susurró ella, acercándose para tocar su mejilla fría.
—Siempre lo haré, mi querida sacerdotisa —respondió Gen con su tono encantador.
Se abrazaron, disfrutando del calor que compartían. Al principio, solo eran besos tímidos, susurros llenos de deseo contenido. Pero esa noche, la nieve y la soledad los envolvieron en una pasión que no pudieron frenar. Entre caricias y jadeos ahogados, se entregaron el uno al otro en el silencio de la cabaña.
Lo que ninguno de los dos sabía era que no estaban tan solos como creían.
Senku, con su aguda inteligencia, había notado hace tiempo la desaparición de Gen en ciertas noches. Y aunque no era de meterse en asuntos sentimentales, la situación se complicaba debido a un pequeño detalle: Chrome. El prometido de Ruri.
—Kohaku, tengo pruebas de que Gen no está en su tienda por las noches —dijo Senku mientras revisaba una de sus notas.
Kohaku frunció el ceño. Aunque confiaba en su hermana, no podía ignorar la sospecha.
—¿Qué estás insinuando, Senku?
—Que tu hermana y Gen tienen una relación clandestina —dijo sin rodeos.
Kohaku sintió su sangre hervir. No por desconfianza hacia Ruri, sino porque si era cierto, Chrome iba a salir herido. No podía permitirlo.
Siguiendo la guía de Senku, Kohaku se movió silenciosamente hasta la cabaña de Ruri. Desde una rendija, lo vio todo. La visión de su hermana desnuda entre los brazos de Gen la paralizó por un instante, pero la furia pronto tomó el control.
Sin esperar más, derribó la puerta de un golpe.
—¡¿Qué demonios están haciendo?! —rugió, con los ojos encendidos de rabia.
Ruri y Gen se separaron bruscamente, intentando cubrirse con lo primero que encontraron. El horror en sus rostros lo decía todo. Pero antes de que Kohaku pudiera gritar más, un tercer testigo apareció.
Chrome.
Se había acercado tras notar la conmoción y ahora, parado en la entrada, observaba la escena con el corazón rompiéndose en mil pedazos. La mujer a la que amaba, a la que había dedicado su vida, estaba en los brazos de otro hombre.
—Ruri… ¿cómo pudiste? —su voz se quebró.
Las lágrimas rodaron por su rostro mientras Ruri intentaba hablar, pero cualquier excusa sería inútil. Chrome dio un paso atrás, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo él. Luego, sin decir más, salió corriendo hacia la oscuridad.
Kohaku miró a Gen con furia asesina.
—Voy a matarte —gruñó.
Senku, viendo que las cosas podían salirse de control, intervino.
—Basta, ya está hecho. No se puede retroceder el tiempo.
Ruri sollozó en silencio. Sabía que había herido a Chrome, y aunque amaba a Gen, parte de ella sufría por haber roto el corazón de alguien tan noble.
Gen, con su sonrisa usualmente confiada ahora ausente, miró a Ruri y luego a la puerta por donde Chrome había huido. El invierno esa noche se sintió más frío que nunca.
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La nieve caía suavemente sobre el pueblo de Ishigami. El frío era implacable, pero eso no impedía que dos figuras se reunieran en secreto bajo la tenue luz de la luna. Gen Asagiri se acercó sigilosamente a la cabaña de la sacerdotisa, asegurándose de que nadie lo siguiera. Su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción del riesgo, sino porque sabía que ella lo esperaba.
Ruri, vestida con un kimono grueso, lo recibió con una sonrisa que lo desarmó por completo. Desde que habían comenzado a verse en secreto, su amor prohibido había crecido, consumiéndolos con cada encuentro furtivo.
—Llegaste —susurró ella, acercándose para tocar su mejilla fría.
—Siempre lo haré, mi querida sacerdotisa —respondió Gen con su tono encantador.
Se abrazaron, disfrutando del calor que compartían. Al principio, solo eran besos tímidos, susurros llenos de deseo contenido. Pero esa noche, la nieve y la soledad los envolvieron en una pasión que no pudieron frenar. Entre caricias y jadeos ahogados, se entregaron el uno al otro en el silencio de la cabaña.
Lo que ninguno de los dos sabía era que no estaban tan solos como creían.
Senku, con su aguda inteligencia, había notado hace tiempo la desaparición de Gen en ciertas noches. Y aunque no era de meterse en asuntos sentimentales, la situación se complicaba debido a un pequeño detalle: Chrome. El prometido de Ruri.
—Kohaku, tengo pruebas de que Gen no está en su tienda por las noches —dijo Senku mientras revisaba una de sus notas.
Kohaku frunció el ceño. Aunque confiaba en su hermana, no podía ignorar la sospecha.
—¿Qué estás insinuando, Senku?
—Que tu hermana y Gen tienen una relación clandestina —dijo sin rodeos.
Kohaku sintió su sangre hervir. No por desconfianza hacia Ruri, sino porque si era cierto, Chrome iba a salir herido. No podía permitirlo.
Siguiendo la guía de Senku, Kohaku se movió silenciosamente hasta la cabaña de Ruri. Desde una rendija, lo vio todo. La visión de su hermana desnuda entre los brazos de Gen la paralizó por un instante, pero la furia pronto tomó el control.
Sin esperar más, derribó la puerta de un golpe.
—¡¿Qué demonios están haciendo?! —rugió, con los ojos encendidos de rabia.
Ruri y Gen se separaron bruscamente, intentando cubrirse con lo primero que encontraron. El horror en sus rostros lo decía todo. Pero antes de que Kohaku pudiera gritar más, un tercer testigo apareció.
Chrome.
Se había acercado tras notar la conmoción y ahora, parado en la entrada, observaba la escena con el corazón rompiéndose en mil pedazos. La mujer a la que amaba, a la que había dedicado su vida, estaba en los brazos de otro hombre.
—Ruri… ¿cómo pudiste? —su voz se quebró.
Las lágrimas rodaron por su rostro mientras Ruri intentaba hablar, pero cualquier excusa sería inútil. Chrome dio un paso atrás, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo él. Luego, sin decir más, salió corriendo hacia la oscuridad.
Pero esta vez, en lugar de huir, Chrome apretó los puños y se giró hacia Gen con una intensidad que nadie había visto antes en él. Con una velocidad inesperada, se lanzó sobre Gen, derribándolo al suelo con un golpe certero en la mandíbula.
—¡Tú me lo arrebataste todo! —gritó con furia y dolor.
Gen, aún en el suelo, escupió un poco de sangre y sonrió con ironía, pero había una sombra de culpa en su mirada.
—No quería hacerte daño, Chrome —susurró.
Kohaku intervino antes de que la pelea escalara, separando a Chrome de Gen con un fuerte tirón.
—¡Basta! Esto no cambiará nada. Lo que pasó, pasó.
Ruri sollozó en silencio. Sabía que había herido a Chrome, y aunque amaba a Gen, parte de ella sufría por haber roto el corazón de alguien tan noble.
Senku miró la escena con una expresión neutral, pero en su mente ya analizaba el futuro. Nada volvería a ser igual en la aldea Ishigami.
Gen, con su sonrisa usualmente confiada ahora ausente, miró a Ruri y luego a Chrome, quien se alejaba con el corazón roto. El invierno esa noche se sintió más frío que nunca.
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